
El despliegue tecnológico significaría que el hombre ha dejado de creer en su existencia propia y se ha decantado por una existencia virtual, un destino por procuración. Todos nuestros artefactos se convierten entonces en el lugar de la inexistencia del sujeto, de su deseo de inexistencia,
La técnica se convierte en una aventura maravillosa, tan maravillosa como monstruosa se ve desde el lado contrario. Se convierte en un arte de desaparecer. Más que la transformación del mundo, su finalidad sería la de un mundo autónomo.
El crimen perfecto habría consistido en inventar un mundo sin fallos y retirarse de él sin dejar huellas. Pero no lo conseguimos. Seguimos dejando por todas partes huellas -virus, lapsus, gérmenes y catástrofes-, signos de imperfección que son como la firma del hombre en el corazón del mundo artificial.
No sólo la Inteligencia Artificial, sino toda la elevada tecnología, ilustra el hecho de que, detrás de sus dobles y sus prótesis, sus clones biológicos y sus imágenes virtuales, el ser humano aprovecha para desaparecer.
Todas estas máquinas pueden ser llamadas virtuales, ya que son el filtro (en el doble sentido de la palabra) del poder virtual, el de la imagen, que casi siempre basta para nuestra felicidad.
Todas estas máquinas que quieren ser de interacción directa son de hecho de responsabilidad diferida.
Las máquinas devuelven al hombre una especie de libertad, le liberan del peso de su propia voluntad.
El circuito integrado se cierra sobre sí mismo, asegurando en cierto modo el desvanecimiento automático del mundo.
A la ilusión trágica del destino preferimos la ilusión metafísica del sujeto y el objeto, de lo verdadero y lo falso, del bien y el mal, de lo real y lo imaginario, pero, en una fase última, preferimos aún más la ilusión virtual, la de lo ni verdadero ni falso, del ni bien ni mal, la de una indiferenciación de lo real y lo referencial, la de una reconstrucción artificial del mundo en la que, al precio de un desencanto total, disfrutaremos de una inmunidad total.
Durante algún tiempo hemos mantenido el destino y la muerte a distancia, hoy refluyen a nosotros a través de las pantallas de la ciencia.
La triste consecuencia de todo eso es que ya no sabemos qué hacer con el mundo real.
Lo real está en paro técnico.
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